domingo, 12 de julio de 2009

Behrouz Tavakkoli: un ejemplo de valentía

Por Naeim Tavakkoli

Nota del editor: Es un gran placer para Iran Press Watch poder compartir la siguiente descripción de Behrouz Tavakkoni escrita por su hijo, Naeim. El Sr. Tavakkoni es uno de los siete miembros del Cuerpo Nacional responsable de coordinar las actividades de los bahá’ís en Irán, conocido como Yaran [Amigos]. Uno de los miembros de este grupo fue detenido en marzo del 2008, y los demás fueron capturados en mayo del mismo año.

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Es un honor para mí hablar un poco acerca de mi padre. Behrouz Tavakkoli nació en 1951 en un pequeño pueblo, a dos horas de Mashhad, la capital de Khurasan.

Creció ahí, y a una edad temprana desarrolló cierto interés por la fotografía. Recuerdo, en mi infancia, que había una “habitación oscura” en la vieja casa de mis abuelos. Además, jugaba a voleibol y solía ir a correr. Más tarde, entró en la universidad, donde estudió psicología y consiguió el título a los 23 años. Entonces, empezó el servicio militar y sirvió como teniente en el ejército durante dos años.

En esos dos años, vivía en Mashhad, y se casó con mi madre, Táhirih Tooski. De este matrimonio, nacieron dos niños: mi hermano menor de 24 años, y yo, de 31. Mi padre tenía 26 cuando terminó el servicio militar –obligatorio para todos los hombres en Irán- completó sus formación profesional con estudios adicionales, para así trabajar como empleado social en centros de rehabilitación. Poco después, se trasladaron a Sari, una agradable ciudad en el norte de Irán, cerca del mar Caspio. La pasión de su vida era ayudar a la gente mediante el trabajo social y ofreciendo medios de rehabilitación. Su puesto como especialista era proporcionar apoyo técnico a organizaciones que atendían a discapacitados físicos y mentales. A día de hoy, es frecuente oírle hablar acerca del oficio que practicaba durante los años 70, antes de las Revolución Islámica, cuando servía como trabajador social. Es como si hubiera sido la etapa más feliz de su vida.
Algún tiempo después, volvimos a Mashhad, y vivimos durante unos 13 años en Gonbad, una ciudad más pequeña, en la frontera con Turkmenistan. A lo largo de los últimos 9 años, mi familia ha residido en Teherán, y mi padre ha estado trabajando por la comunidad y la gente. De hecho, según tengo entendido, todos los miembros de Yaran vivían o se habían trasladado a Teheran, o cerca de la ciudad, a fin de servir a la comunidad de una manera más eficaz.

Pasada la Revolución, tal y como pasó con todos los bahá’ís de Irán, despidieron a mi padre del trabajo por motivos religiosos.

Él había sido un bahá’í activo durante toda su vida. Cuando cumplió los 15 años, empezó a participar en el Instituto de Asociación de Jóvenes Bahá’ís que trabajaba por los jóvenes de la comunidad mayores de 15 años. Formó parte del Instituto durante mucho tiempo.

A finales de los años sesenta o principios de los setenta, fue elegido miembro de la Asamblea Espiritual Local, siendo aún estudiante universitario en Mashhad. Sirvió en esa Institución hasta que se trasladó a Sari, donde fue designado, una vez más, miembro del Instituto de Juventud. Sin embargo, un par de años después, pasó a formar parte de la Asamblea Espiritual de la localidad.

En cuanto estalló la Revolución y se iniciaron las persecuciones que asaltaban a los bahá’ís de Irán, fue nombrado miembro del Cuerpo Auxiliar, y sirvió como tal hasta 1982-1983, cuando volvimos a Mashhad. Debido a la presión del acoso y los constantes ataques de los enemigos, vivimos en aislamiento duranto los cuatro años posteriores, y nadie conocía nuestro paradero excepto mi tío y mi tía. Solíamos vivir a escondidas, y aprendimos a ser “invisibles”.

En cuanto disminuyó la intensidad de la persecución hasta cierto punto, nos trasladamos a Gonbad, un pequeño pueblo de circunstancias relativamente humildes. Mi padre abrió una serie de clases bahá’ís de estudio para jóvenes y adultos. Durante los años anteriores, se ganaba la vida gracias a una carpintería, así que siguió con ese negocio en Gonbad.

Fue a finales de los ochenta, cuando se le pidió formar parte del grupo Yaran, un servicio que ofreció a lo largo de los 19 o 20 años posteriores, hasta su arresto el pasado mayo. Durante los primeros 10 años de su servicio, residió en Gonbad, luego se mudó a Teherán.

Antes de esta detención, había sido muy frecuentemente capturado, pero solía ser sólo por dos días. No obstante, hace tres años, cuando iba a coger el autobús para visitar a la comunidad bahá’í de Khurasan como parte de su servicio en el Instituto de Formación Ruhí, fue detenido por agentes del Ministerio de Inteligencia. Este arresto fue algo inesperado, y no tuvimos noticias de él en diez días. Al mismo tiempo, Fariba Kamalabadi (otra miembro del grupo Yaran) fue detenida con él. Finalmente, dejaron libre a Fariba después de dos meses, y a mi padre pasados cuatro meses desde su encarcelación. Habían pasado la mayor parte del tiempo en confinamiento solitario, sin estar acusados de cargo alguno. Como resultado de su estadía en la prisión, mi padre desarrolló graves problemas de riñón y ortosis.

Cuando volvió a Teherán, además de su servicio como miembro del Yaran, reanudó las clases bahá’ís de enseñanza abierta a diversas edades; diferentes de las clases bahá’ís de estudio. Durante los últimos años, enseñaba “Métodos de enseñanza para la formación de niños” y “Habilidades para la consulta bahá’í”. Además, solía dar clases del BIHE (Instituto Bahá’í de Educación Superior) en el Departamento de Psicología.

Él es una persona normal y corriente a quien se le ha brindado la oportunidad de hacer cosas extraordinarias. Cuando se le pidió servir como miembro del Yaran, lo abandonó todo para dedicarse completamente a esa labor. Ello incluyó el tener que dejar para siempre su oficio, el cual había emprendido mientras estaba en Gonbad.

Mi padre no es un hombre peculiarmente valiente, o dotado de talentos excepcionales. Tampoco posee la habilidad de aprender más rápido que otros. Sin embargo, cuando debe servir a la Fe, no teme a nada, absolutamente a nada. Le recuerdo, además, profundizando con intensidad acerca de la Fe, para ampliar sus conocimientos sobre la enseñanza y aprender mejores maneras de compartir el mensaje curativo con los que le rodeaban, o adquirir más entendimiento sobre nuevas técnicas y métodos para coordinar la comunidad bahá’í.

En una ocasión, resalté que Bahá’u’lláh nos llama a ser moderados en todas las cosas, a lo que mi padre respondió: “Pero tú debes enlazar lo que es para ti moderación, con las prioridades de la Fe”.

Cuando se trataba de servicio, mi padre no conocía la moderación. Cada uno de los días de la semana, 18 horas al día, él se dedicaba al más intenso servicio a la Causa. Lo recuerdo como un hombre joven, alto, delgado y de buen ver. No sé cuándo se convirtió en un hombre mayor y enfermo. Que Dios cuide de él en la prisión.


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